De todo tiene que haber en este mundo y por haber pues hay individuos que necesitan cierta dosis de protagonismo y trascendencia para no quedarse en el olvido como se queda un grano de arena en medio de una playa, que dicho sea de paso, tal sujeto siempre fue grano y nunca playa. Es por ello que tras un paso fugaz por un plató, donde una cámara de televisión transporta su careto hasta el salón o la sala de estar de tu casa, algunos mofletudos comienzan a endiosarse creyéndose alguien y atribuyéndose a sí mismos una importancia que ni tienen ni tuvieron nunca, aunque impongan, por participar en ciertos programas, el cobro de las veinte monedas de plata de rigor.
Sabemos que hay endiosados, pero éstos se dividen en endiosados sin poder y endiosados con poder; los que no tienen poder nos inspiran pena y rechazo básicamente porque es improbable que nos dañen, por el contrario, los endiosados con poder son harina de otro costal. Pero hay un tercer grupo: los endiosados que se creen que tienen poder y estos quizás sean los más tontos pues se creen lo que no son. La postura ante estos últimos especímenes nos hace dudar de si la elección acertada es la ignorancia o la justicia. Ellos, desde su filosofía mofletuda del “calumnio, que algo queda” están continuamente desafiando y hace falta mucho valor para no caer en un “puedo salir perjudicado” y no porque estos endiosados intenten tener protagonismo y nos puedan hacer daño sino porque resulta inmaduro atacar a un tonto, de manera que uno, las más de las veces, se contiene y se muerde la lengua antes que soltar lo que estos “comepaellas” se merecen. Estos pensamientos encadenados y autoprotectores acaban suponiendo un aliciente para que los endiosados que se creen con poder se endiosen aún más y lo que es peor, que dudemos de si la postura de callar ante los endiosados es la mejor opción.
De esta manera pasaron de estar endiosados a ser olvidados, un descenso brusco y brutal en la escala de la autoestima que les revuelve las tripas y que les hace buscar cualquier recoveco, por amoral que sea, para intentar provocar una reacción en el otro que los saque del olvido. No debemos convertirnos por tanto en esa reacción que al altacarles los devuelva de nuevo al candelero sino que hemos de procurar, siempre con educación y clase, responder de la manera que más les duele: con la verdad pero sin ni siquiera nombrarlos, simplemente porque nosotros no somos una reacción, eso de ser una reacción lo dejamos para los emperadores reaccionarios.
Son los olvidados, criaturitas que se han perdido, sujetos que no saben hacia dónde se dirigen, individuos nulos y anulados, seres convertidos en entes malévolos que no son nada. Son tan pequeños que necesitan de los otros para ser alguien, si no los nombras te buscan para que los nombres. Criaturas que vagan errantes, como la señora de la guadaña, que son delatados a cada paso que dan por el sonido tintineante (como si de un cascabel de vacas se tratara) de la bolsita con las 20 monedas de plata con la que perdieron su honradez, si es que algún día la tuvieron. Ofrecen su sevillismo a los demás pero eso sí, pasando por caja.
Criaturas cuya envidia es tan grande como pequeña es su honradez, tan larga su lengua como corto su cerebro. Seres que un día se endiosaron cuando la cámara les apuntaba y que hoy se encuentran en el pozo del olvido, porque nada son, nadie los ve, nadie los escucha, nadie los reclama, nadie los advierte, tan sólo los delata la peste de su propia podredumbre, almas corrompidas por el sonido de las monedas de plata en sus bolsillos, el sonido de su perdición, que lo ha empujado hacia el abismo, hacia ese lugar situado en lo más profundo de la oscuridad: EL OLVIDO.
P.D: Muchas gracias al amigo Michelangelo por su inestimable colaboración y ayuda en la corrección y perfeccionamiento de este artículo.